Sixilera, Quillacas y una historia de amor de antaño

19/09/2020 | Celebración Popular, Fiesta Patronal, Historia, Jujuy, Tilcara

Los cuentos suelen explicarnos bien las cosas. Cuando a fines de setiembre se cruzan por las calles de Tilcara las veneraciones de la Virgen del Rosario, que baja del Santuario de Sixilera, con la del Señor de Quillacas, cuyo culto llega desde el corazón del Altiplano, sus sonidos, sus modos y colores nos recuerdan la forma en que se conocieron tantos abuelos.

Escuchando a nuestra gente, hay un relato que se repite: la abuelita bajó de los valles, aún joven y bonita, para vivir la fiesta patronal del pueblo. Debía traer sus cositas para vender: papa y capaz que charqui, algún tejido. Se engalanó como corresponde y conoció al abuelo, aún gallardo y hermoso.

La historia del mozo varía, pero por lo general llega de lejos. Puede que sea ferroviario, policía o minero, pero en este caso viene para arriar hacienda al Potosí. De los arrieros se cuentan muchas historias, una de ellas es la de los tapados en que enterró la plata con que le pagaron el ganado, otra es la del gaucho de Quillacas.

Las fiestas patronales de Tilcara serán para comienzos de octubre, pero ya con la primavera van llegando y se conocen. Como la muchacha, la Virgen del Rosario baja desde el cerro y en las calles del pueblo se cruza con la fe del arriero.

Ella tiene las cejas arqueadas, finas, los ojos bien abiertos y el cutis claro y brillante. El Niño, también coronado, está en uno de sus brazos y en el otro el cetro, y ambas manos están unidas por el rosario. Del techo de la urna penden ex votos sobre aquella la Virgencita que llega en procesión para la primavera.

Frente a su imagen de líneas puras, claramente dibujadas, las manos de los fieles que se tienden para tocarla, rostros reflejados en los cristales de la urna, ojos oscuros y la piel gastada por los vientos de la peregrinación, el humo grato del sahumerio, el son vigoroso de las bandas de sikuris.

La Virgen del Rosario llega y se entroniza como patrona junto a San Francisco. Su llegada coincide con el vuelo de las primeras golondrinas, con los brotes verdes en los surcos y los amores nuevos. Pero el sonido se sus cañas se entrecruza con el de los bronces de Quillacas.

En fechas cercanas se suceden las celebraciones del Señor de Quillacas, cuya imagen es la del Milagro porque el gaucho que encarna la historia era salteño. Se habla de un arriero que pierde su ganado y de un anciano que se lo señala al despertar, dicen, de una macha. Luego ya el anciano no está, y en su lugar la cruz que lo representa.

En la Virgen del Rosario prevalece lo delicado como en su mismo nombre, Sixilera, que sabe al susurro del viento entre las cortaderas. En Quillacas brillan los excesos desde sus consonantes duras, los colores del aguayo, los rayos que brotan del centro de la cruz de su martirio, la danza del tinku que estiliza el combate y aún la fama de sus fiestas, ya a puertas cerradas.

Podemos imaginar al padre de la moza encargándole una tropa, y el arriero sabe que al regresar también lo espera la muchacha. Ella es mujer y de este suelo, él es hombre y migrante, entramando en los finales del inverno dos modos de expresar la fe cuando lo seco se humedece y hay brotes en lo yermo.

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