DESNUDO DE UN VIEJO. JOSE A. TERRY.
Lo he contemplado muchas veces, siempre con asombro. No hace mucho, al hablarle de ese cuadro, alguien me dijo que debía tratarse de un ejercicio, cosa que no le resta intensidad. Pocos saben cuáles son sus propias grandes obras, lo importante, al decir de Pablo Picasso, es que la inspiración nos encuentre trabajando.
Alguien podría decir que los desnudos se refieren a los cuerpos bellos, y este retrato, aún con la tristeza y la derrota que le encorvan la espalda y le adivinamos en la mirada, logra dar con la belleza del modelo. Acaso no una belleza sensual, sin duda no es belleza sexual, pero la carga del tiempo en un hombre remite a un combate perdido, que tal vez sea la vida misma y lo dignifica.
El viejo apenas si tolera el peso de su cuerpo. Sus cabellos se entremezclan con lo espeso de las nubes. El cuerpo, los brazos, las piernas, los pies son pálidos pero no sus manos ni su cuello ni su rostro, lo que señala su vestimenta pero quien sabe si simbolizan el gesto aún curtido del guerrero que espera la muerte, cercana, y las manos para seguir trabajando.
Si hubiera algo más sencillo donde haberlo sentado, lo hubiera elegido antes que al cubo. La silla es demasiado para quien tiene los días contados, para el condenado. El cubo lo soporta y la piel se le arruga (en japonés se describe a una anciana como aquella que tiene la piel como las olas del mar), y sus músculos son flácidos ya, no sirven para el combate.
Los dibujos de desnudos de muchachas y de un joven, no llegaron a ser cuadros (si lo fue el de la niña, pintado en Buenos Aires en 1903). Esos “ejercicios” no alcanzan la dignidad suficiente como para enmarcarlos con varillas de cardón como a este del viejo, como lo hubiera sido Agamenón de no haber caído ante el cuchillo de su esposa. Como no llegaron a serlo James Dean ni Jimmy Hendrix.
El museo Terry, en Tilcara, guarda esta pieza pintada a comienzos del siglo XX en Santiago de Chile. Retratar tanta derrota, presumo que debe homenajear a un Ulises que envejeció. Los guerreros heroicos no solían hacerlo. Al verlo, nadie puede imaginarlo victorioso, y en vez de recordarlo con su escudo y con su arco, musculoso y viril, el artista nos lo presenta en sus fines.
O es, más probablemente, un hombre cualquiera, quien sabe, porque al fin de cuentas todo aquel que llega a viejo es porque transitó su combate.
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