Tras los meses de la cuarentena, Purmamarca sale a su plaza para nombrar la tradición.

El cruce entre la cultura andina y la gaucha genera la personalidad de pueblos, como el de Purmamarca, cuyos rasgos se potencian con el entorno y por los meses en que la cuarentena parecía relegarlos a la memoria. Que afloren en el día de la Tradición, como acá lo registran las fotos de Pamela López, le yapa sin duda significado.

Son los gauchos y las paisanas del fortín El Orejano y la agrupación El Antigal quienes salieron a la plaza 9 de Julio para lucir sus ponchos claros bajo los que asomaba la montera de cuero y la bombacha o la falda clara y florida, las botas o las alpargatas y el simbado de cabellos negros amarrados en tulmas rosadas.

Las cajas con su parche tenso para acompañar la tonada de la copla, luego los pañuelos alzados y la otra mano en el pliegue de la falda, la tortilla asada, la belleza alegre de la paisana y el donaire del gaucho que la aprecia, las manualidades en el cuero blando de la vaca y el aroma de las comidas lo describen.

Los niños heredando las tradiciones que encarnan en danzas y en cantos, en arte y estampas con un orgullo nuevo cada vez. La agrupación gaucha El Antigal con sus treinta años de vida que se reflejan en el eco que representan, el fortín gaucho El Orejano, dos años mayor, cuyo mismo nombre menta un modo.

Y el mero hecho de volver, tras un año de guardarse, bajo las sombras de la arboleda de un pueblo que no se permite el olvido.