el UNIVERSO de EMILIO HARO GALLI
El mundo de Emilio Haro Galli compone una imaginería pagana, terrenal, dramática y contundente para la que se reserva el derecho de canonizar a un conjunto selecto de personajes de sensualidad popular y festiva. Junto a ellos, deidades que perviven como el Sol, la Luna y los diablitos carnavaleros, y aquellos otros que son símbolos y también recuerdos.
Lo cotidiano y lo exuberante, la mística de lo dionisíaco, conviven con lo que nos aqueja. Su obra se planta frente a ello porque no es afecto a disimular reclamos, pancartas, luchas. Tanto en la cerámica, en el collage, en la xilografía o la pintura, que es óleo y es acrílico, logra un estilo homogéneo que, sin embargo, acepta el diálogo con la materia. Así, se permite los límites y las fortalezas que la cosa le ofrece a la obra.
No es azaroso que se lo compare con un Molina Campos andino, recurriendo a cierta grotesca distorsión de sus personajes para expresar una vida entrañable y provocativa, en la que aflora una estética de cuerpos rechazada por el mundo de las pasarelas, pero sedienta de una mayor sensualidad.
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SU TALLER
Que hayamos podido acceder a su taller, y en él a su palabra en medio de los festejos de los carnavales, enriquece aquello que pudiera presenciarse en una muestra. La intimidad creativa de Haro Galli se nutre allí de algo caótico que, representando un mundo, es por ello una armonía.
La estación de trenes de Tilcara, con su arquitectura en desuso como si fuera, también, alguno de sus collages, es la antesala para visitarlo. Ni bien se desentierra el diablito, en ese parque se invita cada año a la comparsa Los Caprichosos, a la que pertenece con cierta terquedad, y tras ese marco se trepa por un camino que lleva al jardín al que abre las puertas de su atelier.
No son datos casuales, y si el público podrá más de una vez acceder a sus obras en la asepsia de alguna sala, en esta producción se la ofrecemos en el mundo mismo en el que germina su mundo, esa suerte de cocina de hechicero de cuyos cuencos brotan tan vividos personajes, que no son sino nosotros mismos.
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LO QUE RESTA POR DECIR
Lo que queda por decirse nos lo cuenta, con generosidad, el mismo protagonista: su relación con el Carnaval, con las luchas y sufrimientos populares, las sensaciones que le producen el barro, el óleo, el acrílico, los tacos y los deshechos al manipularlos, su clara definición de un arte popular, una pasión de la que su obra germina con auténtica sinceridad.
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