Cómo una flecha de dos direcciones, la obra plástica puede señalar el entorno del artista tanto como su propio interior. No por ello deja de ser una sola obra, como en el caso de estos cuadros, dibujos y bocetos de Julieta Caorlin, que compartimos en iNTUiCiONES.

El mundo de las Yungas está allí con la humedad turbia de su aire, los cerros destiñéndose en el fondo, un cierto rumor de animales en lo verde, el color sorpresivo de un árbol, el entretejido del surco y, como otra hechura humana, un puente ferroviario, la sinuosidad vertebral de los rosarios de sus cañas, lo superpuesto que se enrarece y admite mancharse en una espiritualidad abstracta.

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Galería 1 de Julieta Caorlin

Conocí su obra en el museo Terry (Tilcara/2018), cuando su muestra «Demirarse». Allí había retratos de mujeres tramados en lápiz, por lo general serios y acaso inexpresivos, diría que en trance. Tras ellas, en colores, paisajes como si se tratara de sus sueños o de sus recuerdos, quién sabe si sus fantasías o esperanzas. En estas galerías que compartimos, no están los retratos sino los paisajes, todos de su entorno.

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Galería 2 de Julieta Caorlin

Es de suponer que aquí el retrato no está en la tela, o al menos no lo está explícitamente, sino delante si es que en la obra hay algo del reflejo del artista. Es ese el otro extremo de la flecha, el que apunta hacia su interior: cierto tratamiento de pintura oriental en los cerros, una búsqueda radicular en lo espeso de la arboleda, en sus copas y en sus troncos, la definición del color y del trazo en el dibujo y, me animaría a decir, cierto tono de la cámara del cine de Tarkovsky.

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Galería 3 de Julieta Caorlin

O tal vez no sea eso: nadie nos asegura que la otra punta de la flecha se defina con el tratamiento plástico de una obra que, quien dice, puede que no sea más que una máscara. Lo que es indudable es la presencia del paisaje yungueño, tratado con mucha personalidad, y la posibilidad de recorrerlo a través de sus trabajos.