Las fotos de esta serie quedan, en cambio, en su fugacidad. No nos informan de un hecho sino de su poética. La lírica de estas fotografías está en la belleza particular que resume un mundo, una verdad que intuimos antes de comprender, y que no precisa ser comprendida para disfrutarla. Que ese mundo sea Jujuy no es un dato pasajero en la obra de Juan Fernández.

Para saltar de lo informativo a lo conmovedor, se requiere de la sensibilidad del artista y la calidad del fotógrafo, y podemos pensar que en su fotografía periodística debiera haber ya pinceladas poéticas que se exacerban, aquí, cuando señala la impertinencia de un vehículo en un paisaje, de un reflejo en un charco, el vuelo de la paloma contra el flamear de la bandera de la estatua, los pétalos que se recuestan en la humedad de la piedra, las nubes, las manos, los senos tallados por Lola Mora, la belleza de la ciudad tras una penca, las hojas del otoño, el transcurrir en la piel de una escultura.

Podríamos suponer que al reportero gráfico, tanto como al periodista en general, se le reclame una inspiración que profundice con belleza aquello que nos dice. Lo es en el caso de esta obra cuando la vemos despojada de otro mensaje que no sea la misma imagen, y acaso después volvamos a sus fotografías periodísticas para descubrirle valores que dejamos pasar con la urgencia informativa.