Juan Mateo Porcel y la fascinación por la fotografía

13/09/2020 | Fotografía, Tres Cruces

Campesino primero, zafrero y minero luego, Juan Mateo Porcel sintió fascinación por el retrato fotográfico. Desde que comprara su primer cámara tras ver el oficio de los fotógrafos placeros, ejerció un arte reclamado por todas las clases sociales del mundo en que vivió, aportando a la construcción de la imagen con que ese mundo se vio a si mismo. Ejerció su profesión en El Aguilar.

Nació el 8 de febrero de 1940 en el paraje de Cóndor, al norte del departamento de Humahuaca. Alguna vez nos contó que “no conocía máquina ni vehículo ni nada, y cuando venía al pueblo veía un camión que para mi era una casa con ruedas. Venía caminando del Cóndor a la Ciénega para ir a la escuela por una quebrada angosta, pasando el hielo con los pies todo sangrados.”

Recuerda que “de chico iba al ingenio a pelar caña, a San Martín del Tabacal y cuando bajé a La Mendieta me compré una cámara y empecé a sacar fotos porque siempre me ha gustado mucho.”

Su madre, que falleció cuando era niño, “era ollera, hacía ollitas y de ahí que aprendí a hacer cosas, hago encendedores, hago metegoles que ni las jugueterías. Me gustaba todo fabricar, y así empecé sacando fotos en La Mendieta. Era cosa que vi de los fotógrafos placeros que había en Jujuy, cosa que para mi terminó siendo un trabajo y una distracción.”

Nos dijo que “después he entrado a la Mina El Aguilar a trabajar, y ahí tuve un padrino de fotos: Dionisio. Con él he aprendido más de todo ya, incluso a revelar. Fui maquinista, por eso tengo el reuma. Andaba sobre el motor debajo del cerro, son máquinas chiquitas que van rozando la peña, y como llevaba la máquina me he hecho sacar fotos. Así uno pasa el tiempo y no se la pasa pensando.”

 

La entrevista del video fue realizada, en el 2018, por Gastón Castillo.

La fotografía social pasa a ser un registro plástico que trasciende la mera necesidad de la memoria. Unos y otros, ejecutivos, mineros, campesinos, le piden retratos para los que actúan componiendo un cuadro, o es él quien tiene el don atrapar gestos que dicen tanto y más que el conjunto.

La fascinación por la fotografía trascendió las clases sociales, y la familiaridad con el fotógrafo le abrió las puertas por las que la etnografía apenas si se ha asomado: el despacho de las almas, compadres bebiendo sobre el mesón de un bar, la belleza de una muchacha, el amor de una pareja, los amigos que se embriagan y el orgullo por el trabajo, por la comparsa y por la camiseta del club.

Muchas de sus tomas hoy pueden verse en el Museo de la Memoria Visual, en la localidad de Tres Cruces. Algunas otras nos las alcanzó en cajas de zapatos para que, seleccionándolas, le compremos aquellas que no irían a caer en el olvido. Aquí juntamos un puñado que carga a la vez con la memoria de un tiempo que apenas queda en los relatos, y se elevan en un criterio estético que admiramos.

Sin embargo, es un artista que desconoce las veleidades del arte, describiéndolo como mero vaivén entre pasar el rato para no pensar y ganarse unos pesos extras. Por ello es que acaso buscara luego en la predica del Evangelio esa trascendencia que, de alguna manera, ya estaba implícita en su obra.

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