Las bellezas de la Imagineria. La obra de Eduardo Escobar.
Nuestra Imagineria popular termina por cuestionar los criterios de belleza en que se basó la conquista española.
Un limitado repertorio de símbolos pareciera acotar las posibilidades del arte religioso, sin embargo la historia de sus expresiones visuales atravesó dos milenios de cristiandad, floreciendo con variedad y riqueza. Podría pensarse, incluso, que las pautas rígidas terminan por posibilitar una mayor libertad, y saldrán a dar testimonio a nuestro favor formas poéticas estrictas como el haiku, el soneto o nuestra copla.
Hay otros elementos que multiplican sus posibilidades expresivas: los variados sentimientos que genera, la cantidad de culturas que transita una religiosidad universal, la mera referencia de que el arte es creado por artistas y, en el caso de Eduardo Escobar, una ruptura deliberada con el naturalismo que les permite a sus Santitos y Vírgenes decir desde garras clavadas al madero, desde llantos que deforman los gestos, desde desproporciones, desde ojos, cejas y labios sobre rostros monocordes.
Y contra todo prejuicio, tal libertad arraiga en el gusto popular. No sólo porque sus Santitos conmueven, sino por esa otra dirección que emprende hacia lo absoluto: sus obras son veneradas ya no sólo como obras de arte sino en su sentido milagrero y protector.
Francisco Tito Yupanqui (1550/1516) fue acaso el iniciador de este camino y quien, con su mito, expresa lo profundo de las tensiones de la imaginería mestiza. Su hechura de la Candelaria sería rechazada porque no respondía a los parámetros artísticos del Imperio. Imponer un criterio de belleza es parte del ejercicio de dominación de una cultura sobre otra, y Calderón de la Barca, en su comedia “Aurora en Copacabana”, lo resume en algunos versos:
Argumenta que “…a estas provincias / aún no han pasado los nobles / artes de España” y luego relata que Yupanqui, “muy pagado de su hechura, / la trajo tan deslucida, / tan tosca y tan mal labrada, / que irreverente movía, / más que a adoración, a escarnio, / más que a devoción, a risa. // Que esto de labrar estatuas / lo dejéis a quien lo entienda. / ¿Quién la labró? / Pues ¿qué os movió, no teniendo / ciencia ni experiencia, a ser / escultor?”
El desenlace del drama es un milagro: Dios transforma su Virgen de fea en hermosa, reconociendo que la belleza corresponde a “los nobles artes de España”, pero que de Su mano un indio puede alcanzarlas. Tengo para mi que Escobar emula ese modo de Tito Yupanqui previo al milagro, que asume esa forma “tosca y tan mal labrada” como un modo orgulloso y nuestro de expresar los sentimientos de la fe.
El sometimiento de un pueblo es también una lucha estética. Ante la pretensión de que la belleza es propiedad del amo, el esclavo empieza a liberarse cuando la descubre en sus artes, en los cuerpos y en los rostros de sus hombres y mujeres, en su modo de hablar, en sus vestimentas y en sus cantos.
La imaginería mestiza, aunque muchos lo piensen en sentido contrario, es parte de ese camino: tras resignarse a la religión del invasor, el sometido inicia un largo camino en el que resignifica las creencias que ya ejerce, y en esa traducción las va transformando y se transforma a si mismo.
La belleza de la imaginería americana, de la que la obra de Eduardo Escobar es parte, no fue siempre tomada como bella, aunque hoy sonaran ridículos los prejuicios que repetía Pedro Calderón de la Barca en su comedia. Del resto, del oficio del imaginero y de las imágenes que crea, nos habla Eduardo Escobar en estos videos.
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