A Walter Reinaga se lo suele encontrar en el terreno donde suceden las cosas. Si es en una rueda de coplas, su máquina es una caja entre las cajas de los copleros. La realidad local aprendió ya que el fotógrafo es otro de aquellos que pueden expresarnos. Si es ante una pachamama, se entiende que la imagen será ofrenda, que el fotógrafo no es un ser ajeno que se cuela en el paisaje para asombrarse.

Creo que es ese uno de los valores de su obra: no es la mirada extraña, asombrada por lo exótico que somos para los otros. Acaso lo supe cuando vi el cariño con que miraba las postales de don Juan Mateo Porcel, fotógrafo inaugural de la imagen impresa en El Aguilar y Tres Cruces, retratista social al que volveremos en una de las próximas notas. Supe entonces que Walter aceptaba gustoso pertenecer a esa familia, sin por ello desdeñar otras estéticas.

Cuando lo convocamos para colaborar con esta nota de Intuiciones, sabíamos de antemano que le abríamos la puerta a imágenes vistas desde adentro. Si, por ejemplo, las de Lucio Boschi piden permiso para encontrar la belleza en una intimidad que torna mágica, las de Walter Reinaga, con igual derecho de estilización, muestran aquello que se le ocurriría mostrar al sujeto fotografiado. Esa es, al menos, las perspectivas de las que aquí presentamos.

Salvo tres, que nos presentan papas y quinua, una que se compone de dos niños en una ventana y acaso la parte de aquella que protagoniza un niño quepiado que nos mira, MUJER Y TIERRA se trata de retratos de mujeres. Lo de la tierra viene por añadidura no sólo por ser agosto, pero sobre todo por ser agosto. Y tienen nombre: doña María, doña Josefina, doña Indalesia. Tienen las sonrisas que no todos les conocen, y tienen el colorido que la expresividad de Medardo Pantoja había resumido a su gama de ocres.

Las velas de una noche pascual, el parche de una caja, la tensión del hilo, la atención a una birome con la que se escribe y los rebozos, los ponchos, los sombreros, los contrastes que apenas señalan un contexto en el que ya no estamos solos. Y si se nos diera por abstraer las vestimentas y el entorno, nos resta el reinado de los gestos, ese don humano en el que se expresa el alma. En ese contrapunto sobresalen los pares de retratos.

Sabemos que el oficio nos volverá a cruzar. Que allí donde buscará INTUICIONES suele ser el terreno en el que cosecha Walter Reinaga, que podremos cotejar con sonrisas las perspectivas suyas y las nuestras, y que fue un acierto haber compartido esta galería suya con nuestros lectores.

Las dos últimas no pertenecen a esta colección sino a nuestro archivo: en ambas las manos de Juan Mateo Porcel, en una para hablar, en otra para mostrarle una postal del socavón.