Hace un año ya, asistíamos a la muestra Soy Selva, que Cecilia Espinoza exponía en Culturarte (San Salvador de Jujuy). Distintos aspectos hacen que ahora queramos recordarla, en parte por esa nostalgia de pasear por los senderos que nos ofrecen los artistas en presentaciones que no son mera acumulación de obras, y en parte porque Soy Selva supo conmovernos.

Vuelve a conmovernos al momento en que revemos las fotografías, y hasta nos animamos a decir que es una muestra fotogénica que admite instantes quietos desde distintos ángulos para componer emociones diferentes. La colocación de las obras mueve a ello: lo tridimensional contra lo plano, dibujos tendidos como banderines de kermese, cabellos que sahúman para aplanarse en el dibujo, muñecas y el vidrio que refleja y recompone.

Luego algunos modos, como el de buscar lo selvático en el trazo negro sobre el fondo blanco, desafío que supone dos perspectivas: la de abstraer la imagen hacia un mensaje ideogramático, pero a la vez como un torrente de lo real sobre el dibujo, donde Espinoza vuelca lo germinal, lo erótico y lo animal que hay en la selva.

Como en la mitología griega, los seres se gestan en el vientre pero brotan del cráneo, más precisamente de las cabelleras, y el niño alado sobrevuela, gigante, sobre la mujer pequeña como en un sueño preñado de símbolos. Ambos sienten en su piel la extensión ancestral de la naturaleza en sus tatuajes, y los cabellos se transforman en ríos de peces y de redes, arma de caza y presa libre.

La mujer en su desnudez rozando la piel de los animales, el abrazo, amenaza de fauces, caricias y miradas que se reflejan en las peceras bajo las que se tienden más dibujos sobreponiéndose, fundiéndose, confundiéndose. Lo múltiple en lo uno, lo que es la selva y, al fin de cuentas, lo que es el mundo.

Luego uno deja caer la mirada en los dibujos, uno por uno, y el arte de Cecilia Espinoza deja su rastro claro y expresivo. Volver a ver Soy Selva, tras un año y tras este año en el que las muestras se redujeron a su reproducción virtual, agrega ese viento fresco que se cuela en los pasillos de las galerías como la melodía de una nostalgia.