Músicos y Cuarentena

Por ello quisimos saber de los músicos que tocan en peñas y restoranes, uno de los sectores más afectados por la interrupción de la actividad turística. Conversamos con quienes solían dar a conocer nuestros sonidos a los turistas, pasaban luego sus sobres por las mesas y, con el dinero que recibían por su trabajo, sumaban a la economía de sus familias, pero descubrimos que no era sólo eso.

Humberto Soza, Alejandro Ocsa y Alfredo Cruz no sólo le brindaban al público ese tesoro tan nuestro. Al recorrer sus vidas comprendimos que el arte no era sólo una vocación, sino una continuación de la vida social y de la cultura como hecho comunitario. Al ejecutar sus instrumentos, al mostrar los ritmos, el calendario y la poesía de sus canciones, compartían girones de sus propias vidas, de sus infancias y de la memoria de sus mayores.

Formados en las bandas de sikuris y en la adoración del Pesebre, el arte no nació en ellos como la veleidad de los elegidos sino como la consecuencia de sus días transformada en un oficio. La música regional se incorporó al folclore junto a los grandes maestros que la ejecutan desde hace ya más de cincuenta años, primero para asombrar hasta en los escenarios más prestigiosos del planeta, para luego ser anfitriona de una propuesta turística que creció exponencialmente en las últimas décadas.

La cuarentena ha dejado a muchos de estos músicos sin trabajo, pero a la vez se ensañó con sus raíces sociales allí donde lo comunitario se expresa en los carnavales, las procesiones, los misachicos, tradiciones muchas de ellas con ecos milenarios, pero al escuchar a nuestros músicos nos queda también la sensación de fortaleza que la música brinda al alma de quien la ejecuta.

Estar en contacto con la belleza del arte acaso sea lo que los dota de una mirada que vuelve la descripción más triste en un gesto de esperanza. Los músicos, desde uno de los oficios más afectados por la interrupción del turismo, son quienes nos convocan a ver el provenir con buenos ojos.